El adjetivo “global” se aplica como sinónimo de mundial a consecuencia de la adopción del término inglés en la práctica totalidad de las lenguas modernas. La proyección global se refiere, pues, a una evolución sistémica en la que todos los agentes –sean o no organizaciones– asumen el ámbito mundial como la delimitación final de todas las actividades humanas. Esta definición no presupone en modo alguno una valoración. La mundialización, como el estatalismo o la regionalización, comporta externalidades negativas a la vez que positivas, de forma que sus víctimas y beneficiarios expresarán las ineluctables contradicciones de este proceso histórico.
Adoptar una proyección global no significa ser global. Una organización puede, por ejemplo, adaptar su comunicación a un entorno global, procediendo para ello a utilizar recursos tecnológicos y versiones idiomáticas que sean admisibles internacionalmente; incluso puede adoptar una política de personal que tenga como eje la captación y desarrollo de recursos humanos con competencia y talento para desarrollarse en un mercado mundial. No obstante, estas u otras medidas similares no comportan una automática conversión de la organización que las toma en una “organización globalizada”. Esta condición se adquiere antes por vía indirecta.
Los mecanismos de la integración global
A pesar de la existencia de grupos empresariales jerarquizados, cuya propiedad está ampliamente internacionalizada, que realizan sus actividades económicas en un gran número de países, y que su estructura interna y decisional sigue criterios globales, no vinculados a intereses de un determinado país (en principio). La mayoría de las empresas y de la actividad económica del mundo continúa teniendo como referente territorial su ámbito local, regional o estatal.
No obstante, dicha mayoría solo aparentemente es “aglobal”: las redes de distribución y transporte de sus proveedores son globales, como lo es la determinación de los precios de las materias primas que consumen, como lo son también las innovaciones tecnológicas que deben adoptar incesantemente y como lo es, al final, su cliente consumidor, moldeado por una oferta con enormes e irresistibles potencialidades publicitarias y mediáticas. Ningún sector productivo puede ya vivir al margen del entorno global. Ni siquiera aquellos físicamente ligados al territorio, como es el caso del turismo, cuyo crecimiento se vincula a las inversiones de compañías aéreas, de grandes corporaciones hoteleras y de mayoristas de la promoción y la comercialización turística.
El entorno globalizado genera normas, usos y comportamientos globalizados, a la vez que provoca efectos e impactos: sus bonanzas y sus crisis llegan hasta el rincón más recóndito, siendo únicamente la graduación del impacto el hecho diferencial entre unos y otros sectores y territorios.
La lógica de la globalización
La globalización del mercado mundial comporta inevitablemente un proceso de minimización de las diferencias. Las ofertas globalizadas exigen, para maximizar sus beneficios, una demanda asimismo globalizada. Las adaptaciones de la oferta aplican sin problemas las reglas de la mercadotecnia, basadas en la segmentación de los consumidores, pero, en cambio, sus agentes se muestran reacios a adaptarla a las singularidades culturales o territoriales, ante las cuales responden movilizando cantidades ingentes de recursos para lograr la penetración comercial que, a la postre, conlleva la penetración cultural. No es baladí que una de las acepciones del término “globalización” en el diccionario de la RAE sea recogida como la difusión mundial de valores conducente a la “uniformidad de gustos y costumbres”.
En el proceso de globalización, la diferencia constituye un obstáculo para la maximización de beneficios y por ello debe sacrificarse en el altar de la eficiencia económica. Solo cuando su resistencia deviene irreductible es cuando procede la tolerancia. De hecho, la globalización resulta en sí misma un gran proceso de homogeneización de las culturas humanas, pues su objetivo –un solo mercado– requiere de la progresiva homogeneización tanto en la producción (sistema de relaciones laborales), la distribución (sistema de transportes) o la comercialización. Y todo ello no puede avanzar sin limar las diferencias normativas, redefinir la función de instituciones sociales, culturales y, al final, financieras, políticas y judiciales, como se hace evidente en los casos de la integración europea o de los tratados de libre comercio.
En suma: la globalización no es ni puede ser un fenómeno histórico de dimensiones exclusivamente económicas. Su perfeccionamiento requiere de una coherencia que va mucho más allá de esa dimensión. Ninguna organización escapa al proceso. Las organizaciones políticas, las sindicales, las sociales y, por supuesto, las deportivas, se integran paulatinamente en macrosistemas organizativos internacionales en defensa y promoción de sus intereses. Como también lo hace el conocimiento científico, cuyas redes universitarias y académicas tienen un alcance universal que finalmente ha “modelizado” los protocolos de funcionamiento de las organizaciones dedicadas a la investigación, así como el modelo de carrera de los investigadores a ellas consagrados. Finalmente, es inevitable señalar que también el crimen organizado y la lacra de la violencia terrorista se han redimensionado al amparo de la globalización.
Actividades
- ¿Por qué adoptar una proyección global no es equivalente a ser global?
- ¿Qué significa esa “aglobalidad” aparente?
- ¿Por qué se puede considerar la globalización como un proceso de minimización de diferencias?
- ¿Por qué ninguna organización escapa al proceso de la globalización?